miércoles, 17 de febrero de 2010

Cenizas en un vórtice (I)

La ceniza reposaba en la chimenea. El fuego hacia tiempo que se había apagado y el hombre dormía plácidamente en su butaca. El Brandy descansaba en la copa enorme que a su vez estaba apoyado en la mesita que tenía el hombre a su derecha. El hombre era ya mayor, pero vivía bien. Su fortuna descansaba en el banco y aumentaba gracias a una contabilidad ingeniosa y a unas leyes bastante holgadas.

Dormía profundo. A veces pegaba un pequeño sobresalto tras dar un gran ronquido. Sus ojos se movían a una velocidad apabullante. Estaba soñando. Soñaba con un perro que le perseguía por una calle muy larga. Una calle llena de farolas de color rojo sangre. No había edificios en la calle. Sólo se veía al hombre correr y al perro detrás. Corría muy rápido pese al cansancio. Los músculos se le agarrotaban pero no iba a permitir que un maldito perro lo alcanzase y le hiciese daño. Además, si de algo estaba seguro era de que él iba a ganar a ese perro. Si algo le había demostrado un ego descomunal era que en sus sueños el ganaba siempre aunque la situación fuese totalmente adversa. Finalmente una de las farolas que se encontraba a varios metros del hombre estalló dejando caer varios trozos de cristal al suelo. El hombre, que ya se sabía ganador, agarró uno de los trozos de la farola y se lo clavó al perro en el abdomen. El perro desapareció. Al igual que las farolas y la calle. Apareció su salón. Vio la chimenea y las cenizas en ella.

El hombre miró a su derecha y cogió su vaso de Brandy. Tomó un sorbo. Cuando fue a dejar el vaso en la mesilla de nuevo, un brisa comenzó a entrar por la chimenea. Era una brisa extraña pues tenía color. Era de un color azulado y parecía quedarse en la chimenea. Las cenizas comenzaron a girar con al fuerza del viento. La mezcla daba un color azul grisaceo que lo hacía parecer siniestro. El giro del viento no se parecía al que haría un tornado. Era un vórtice. El hombre, interesado, se acercó a la chimenea y acercó la mano al vórtice. Cuando su dedo tocó la brisa, las cenizas atraparon su brazo y lo arrastraron dentro del vórtice. El hombre desapareció de la sala. La sala quedó a oscuras y en silencio.

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